
EL OTRO VANCOUVER
Foto Ensayo
Foto Ensayo
LUNES 8 DE DICIEMBRE DE 2014
Viajé a Vancouver entusiasmado por ver la ciudad. Considerado como uno de los mejores lugares en el mundo para vivir, Vancouver es símbolo de bienestar, modernidad y multiculturalidad. Quería recorrer sus calles, caminar entre su gente, admirar el orden que impera. Paradójicamente, hice todo lo contrario. En esos días leía sobre la rapidez, sobre los ritmos vertiginosos que toman nuestras vidas, sobre esa nueva generación de ascetas entregados al trabajo para los que una vida sin productividad material carece de sentido. Probablemente fue eso lo que me alejó de la metrópoli. La sentía detestable, enemiga, con sus coches en movimiento, luces de semáforo parpadeando, y sus miles de personas yendo de un lado a otro, concentrados en moverse para llegar a tiempo. Así que me refugié en la naturaleza. Por el día leía en la playa, viendo a los niños construir castillos de arena, y por la noche acudía a un café donde me reunía con un amigo a discutir nuestras lecturas. Un día intenté reconciliarme con la ciudad: viajé a su centro y me propuse pasar la tarde ahí. No lo soporté. Me asfixiaban sus claxons repentinos y esos edificios de decenas de pisos, promotores de jornadas laborales completas, que no permiten disfrutar del horizonte. Casi huyendo, regresé a pasar mis últimos días a la playa, donde me sentía a salvo. Entonces decidí tomar unas instantáneas, para acordarme del otro Vancouver, de ese lleno de árboles, poetas y agua, de ese que no figura, pero vive.
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