Perspectiva Deportiva - Taratara
SÁBADO 6 DE JUNIO DEL 2020
No hay ejemplo más claro para explicar las palabras del político estadounidense que el tenista escocés, Andy Murray, quien siempre se caracterizó por su magnífica sensibilidad de pelota, por su fantástico instinto contragolpeador, por su sensacional anticipación que permanentemente le permitió pasar de una situación defensiva a una posición ofensiva en un solo golpe.
Se convirtió en tenista profesional en 2005. Desde entonces, disputó 869 partidos, de los cuales salió victorioso en 673 ocasiones, que se traduce en un 77% de efectividad. Las decepciones en los torneos grandes comenzaron en 2008 cuando alcanzó, por primera vez en su carrera, la final del US Open. En aquella ocasión cayó frente a Roger Federer por 6-2 7-5 y 6-2.
Dos años más tarde, en 2010, alcanzaría su segunda final en torneos de Grand Slam. Esta vez, en el Abierto de Australia, donde nuevamente quedaría a un paso, cayendo, otra vez, frente al suizo Roger Federer por parciales de 6-3 6-4 y 7-6. Fue hasta el Abierto de Australia 2011 que Murray volvió a aparecer en una final de Grand Slam. Esta vez, el encargado de frustrar el sueño del escocés fue Novak Djokovic, quien terminó coronándose con un contundente 6-4 6-2 y 6-3.
En diciembre de 2011, Andy Murray anunció que su nuevo entrenador sería el ex número uno del mundo, Ivan Lendl. Poco a poco, la influencia del checo se fue reflejando en el accionar de Murray dentro de la cancha. En realidad, no hubo un cambio sustancial en el juego del escocés, pues sus patrones dentro de la cancha siempre estuvieron definidos. Sin embargo, hubo una gran diferencia en la metodología al momento de aplicarlos.
En otras palabras, empezó a tomar mejores decisiones al momento de elegir tiros, alturas, direcciones, velocidades, efectos y profundidades; entendió cómo manejar las dimensiones de la cancha en su favor, lo que le permitió sacar ventaja de su posición, sin importar si defendía o atacaba.
En julio de 2012, Murray sufrió su cuarto revés consecutivo en finales de Grand Slam. Ahora, cayó frente a su gente, en Wimbledon, ante un imparable Roger Federer que le negó la corona imponiéndose por 4-6 7-5 6-3 y 6-4. El escocés tuvo que superar esta dolorosa derrota rápidamente, pues su siguiente compromiso estaba en puerta: Los Juegos Olímpicos de Londres 2012.
Tras una semana de competencia olímpica en el complejo de Wimbledon, el escocés de 1.90 metros de altura y 84 kilogramos de peso, se plantó con autoridad nada más y nada menos que frente a uno de los mejores tenistas de la historia: Roger Federer. Consiguió la victoria más importante de su carrera hasta ese momento (6-2 6-1 y 6-4) y se convirtió en el primer británico en conquistar el oro olímpico, desde 1908.
En septiembre de ese mismo año, conseguiría su primer título de Grand Slam, en el US Open; en Wimbledon 2013 regaló a los británicos un triunfo local luego de 77 años de sequía; en 2016, se volvió a proclamar campeón en el césped londinense. Además de ese par de preseas y esas tres coronas de Grand Slam, en sus vitrinas luce un título de ATP World Tour Finals, 14 ATP Masters 1000, 9 ATP Tour 500 y 17 ATP Tour 250.
En 2016, era prácticamente invencible. Desplegaba magia, derrochaba talento y materializaba su esfuerzo con títulos que lo llevaron a la cima del ranking mundial. Desde 2017, una lesión en la cadera lo ha obligado a enfrentarse consigo mismo, con sus peores miedos, con sus mayores frustraciones…
Sería injusto que les privara la tremenda experiencia de ver los 108 minutos que componen el documental “Resurfacing”, en donde expone la intimidad de lo que ha vivido en los últimos tres años, dentro y fuera de la cancha. Primero, su intención era volver a competir al más alto nivel; después, lo único que quería era recuperar calidad de vida, poder caminar y dormir sin dolor; más tarde, su esencia florecía y decidía volver a intentarlo…
Cirugías, tratamientos sumamente dolorosos, un reemplazo total de cadera y un título ATP jugando con una prótesis implantada…
Sir Andy Murray, como fue nombrado por el Príncipe Carlos en el Palacio de Buckingham, en 2019, posee una perseverancia que, sin ninguna duda, es inquebrantable.
Se convirtió en tenista profesional en 2005. Desde entonces, disputó 869 partidos, de los cuales salió victorioso en 673 ocasiones, que se traduce en un 77% de efectividad. Las decepciones en los torneos grandes comenzaron en 2008 cuando alcanzó, por primera vez en su carrera, la final del US Open. En aquella ocasión cayó frente a Roger Federer por 6-2 7-5 y 6-2.
Dos años más tarde, en 2010, alcanzaría su segunda final en torneos de Grand Slam. Esta vez, en el Abierto de Australia, donde nuevamente quedaría a un paso, cayendo, otra vez, frente al suizo Roger Federer por parciales de 6-3 6-4 y 7-6. Fue hasta el Abierto de Australia 2011 que Murray volvió a aparecer en una final de Grand Slam. Esta vez, el encargado de frustrar el sueño del escocés fue Novak Djokovic, quien terminó coronándose con un contundente 6-4 6-2 y 6-3.
En diciembre de 2011, Andy Murray anunció que su nuevo entrenador sería el ex número uno del mundo, Ivan Lendl. Poco a poco, la influencia del checo se fue reflejando en el accionar de Murray dentro de la cancha. En realidad, no hubo un cambio sustancial en el juego del escocés, pues sus patrones dentro de la cancha siempre estuvieron definidos. Sin embargo, hubo una gran diferencia en la metodología al momento de aplicarlos.
En otras palabras, empezó a tomar mejores decisiones al momento de elegir tiros, alturas, direcciones, velocidades, efectos y profundidades; entendió cómo manejar las dimensiones de la cancha en su favor, lo que le permitió sacar ventaja de su posición, sin importar si defendía o atacaba.
En julio de 2012, Murray sufrió su cuarto revés consecutivo en finales de Grand Slam. Ahora, cayó frente a su gente, en Wimbledon, ante un imparable Roger Federer que le negó la corona imponiéndose por 4-6 7-5 6-3 y 6-4. El escocés tuvo que superar esta dolorosa derrota rápidamente, pues su siguiente compromiso estaba en puerta: Los Juegos Olímpicos de Londres 2012.
Tras una semana de competencia olímpica en el complejo de Wimbledon, el escocés de 1.90 metros de altura y 84 kilogramos de peso, se plantó con autoridad nada más y nada menos que frente a uno de los mejores tenistas de la historia: Roger Federer. Consiguió la victoria más importante de su carrera hasta ese momento (6-2 6-1 y 6-4) y se convirtió en el primer británico en conquistar el oro olímpico, desde 1908.
En septiembre de ese mismo año, conseguiría su primer título de Grand Slam, en el US Open; en Wimbledon 2013 regaló a los británicos un triunfo local luego de 77 años de sequía; en 2016, se volvió a proclamar campeón en el césped londinense. Además de ese par de preseas y esas tres coronas de Grand Slam, en sus vitrinas luce un título de ATP World Tour Finals, 14 ATP Masters 1000, 9 ATP Tour 500 y 17 ATP Tour 250.
En 2016, era prácticamente invencible. Desplegaba magia, derrochaba talento y materializaba su esfuerzo con títulos que lo llevaron a la cima del ranking mundial. Desde 2017, una lesión en la cadera lo ha obligado a enfrentarse consigo mismo, con sus peores miedos, con sus mayores frustraciones…
Sería injusto que les privara la tremenda experiencia de ver los 108 minutos que componen el documental “Resurfacing”, en donde expone la intimidad de lo que ha vivido en los últimos tres años, dentro y fuera de la cancha. Primero, su intención era volver a competir al más alto nivel; después, lo único que quería era recuperar calidad de vida, poder caminar y dormir sin dolor; más tarde, su esencia florecía y decidía volver a intentarlo…
Cirugías, tratamientos sumamente dolorosos, un reemplazo total de cadera y un título ATP jugando con una prótesis implantada…
Sir Andy Murray, como fue nombrado por el Príncipe Carlos en el Palacio de Buckingham, en 2019, posee una perseverancia que, sin ninguna duda, es inquebrantable.